El abandono es uno de las heridas más insoportables en la niñez y repercute repetitivamente en las relaciones en la edad adulta si esta no se subsana. Una y otra vez podemos volver a sentir que no podemos seguir viviendo cuando el otro se va; y no me doy cuenta de que no es papá o mamá.
Entonces vamos desarrollando ajustes creativos, como lo llamamos en la Terapia Gestalt, para evitarlo. La niña o el niño que se sintieron abandonados, se las ingeniaron creativamente para seguir viviendo: amoldándose a las circunstancias no deseadas para pertenecer, protegiéndose de la mejor manera que pude para evitar dolor, siendo agresivos para dar miedo y no conectar con la propia vulnerabilidad...
Estas estrategias que nos sirvieron de niños, dejan de servirnos de adultos. El problema es que se activen automáticamente y tomen el control de nuestra realidad adulta, aquellos peligros ya pasaron y nuestros niños han seguido adelante.
En la adultez, si alguien me rechaza o alguien me abandona para irse con otra persona, “no nos morimos realmente” ya que nadie puede abandonar a nadie en edad adulta. El abandono sólo se produce de un adulto a un niño.
Cuando me alejo de mi experiencia y de lo que siento, me alejo de mí. He de darle un espacio a la vorágine de emociones que pueden aparecer en mi experiencia, ver a mi niña con miedo a perder el amor de sus padres, sintiéndose insegura y con mucha tristeza. Desde el adulto responsable que soy, comprendo que acogiendo a la niña que se ha sentido abandonada, diciéndole que no está sola y que yo estoy ahora con ella; vuelvo a sentir ese amor hacia mi que estimo me faltó en la niñez.