En cuestión de poner sanos límites cada NO da paso a un SÍ.
Si te sientes convencido de un límite, dilo, expón tu verdadero yo y siente lo que dices.
Primero debemos ponernos el límite a nosotros mismos antes de ponerlo a otros. Con responsabilidad desde un lugar de amor observando lo que nos cuesta cortar con lo que no nos conviene.
Cuando desfallecemos debemos preguntarnos “porqué me pongo este límite” esto nos ayudará a mantenernos en nuestra disciplina-intención. La restricción sin un “porqué” alimentará nuestros malos hábitos, el “no puedo”
Cuando nos hacemos promesas que no nos cumplimos, nos planteamos retos, metas o proyectos que nunca llevamos a cabo, caemos en el auto-abandono.
Para evitar eso de postergar y poder estar más presentes en nosotros, tenemos que aprender a quedarnos con la incomodidad de nuestro límite ("no puedo"), para poder ver que hay por debajo de lo que se nos presenta. Al atravesar la incomodidad, estamos llegando a la raíz de nuestro límite y a la vez sanándolo.
Vivir en sano límite es contemplar la línea entre el caos y el orden, la intersección entre la disciplina y el auto-abandono.
Vivir en sano límite es estar en equilibrio y sentir que estamos fluyendo. Es tener moderación, disciplina, cuidar de mis recursos, valorarme.
Los sanos límites son necesarios para nuestro crecimiento personal, nos descubren a nosotros mismos y por lo tanto descubrimos la existencia de un otro. A través de nuestras relaciones, distinguimos el límite hasta dónde tú y hasta donde yo, y como somos cada uno.
Co-creamos la relación desde nuestro aquí y ahora temporal, desde nuestro sano encuentro en un nosotros sintiendo ser cada uno la persona que somos, sin necesidad de aparentar, ocultar o justificar.
Los límites se fortalecen a través del uso inteligente del derecho de decir NO y de la decisión responsable de decir SÍ. La manera en que abordemos el tema de los límites es lo que va a determinar el tipo de relaciones que establezcamos.